Postales de verano 3: Ego, luego existo

 

La espuma del mar se abre delante de Kolenka. Rompe una ola. Apenas puede abrir los ojos, es lo único que ve. Rompe otra. Unas cuantas gotas le caen en la cara. Hace calor. Las gotas le refrescan. Huele raro, agrio. No lo identifica, algo así como a sushi California, agrio agradable. Pero al de Fumisawa Sushi en Petrovka Ulitsa esquina con Dmitrovsky Pereulok que, sin duda, es el mejor. El de Mr Lee no huele así, es más, está asqueroso, seguro que los hacen con gato. Su sushi California huele a mierda de gato. Da igual ─concluye rendida. Le duele demasiado la cabeza para pensar. Rompe otra ola y cierra los ojos. Otro soplo de frescor, menos mal. Bajo ella la arena le calienta la parte inferior de su cuerpo. Abre los ojos y una hormiga, o algo parecido, sube y baja los pequeños montículos. ─Para ella seguro que gigantes ─piensa─. Tú puedes, guapa, tú puedes. Sube, baja, vuelve a subir. Las hormigas nunca se cansan, nunca les pasa como a ella en estos momentos que no se puede mover. No siente el cuerpo. ─Las putas hormigas siempre con tanto brío, por qué no seré yo una puta hormiga ahora ─se pregunta. Da igual. Imposible moverse. Como un imán, la fuerza del suelo la atrae hacia él, la empuja en su contra. ¿Qué hace allí? ¿Qué le pasa? No recuerda nada, ¿o sí? ─Claro que sí, lo acabo de hacer: Fumisawa Sushi y Mr Lee. Menos mal. Por un momento ha temido estar amnésica. Ella amnésica, imposible, matrícula de honor en todo. Imposible. ─Estar amnésica, lo peor; es como estar muerta. ¿Estaré muerta? Rompe una ola. Nuevas gotas le salpican la cara y le recuerdan que tiene sed. De hecho, mucha sed. Tiene la boca pastosa. De hecho, muy pastosa. ─Si estuviera muerta no tendría sed, ¿no? No estoy muerta, ─confirma. Hace el intento de abrir la boca, pero ya la tiene abierta, no la ha notado hasta este momento. Entonces la cierra para abrirla y volver a cerrarla casi de forma imperceptible. ─Qué dolor de cabeza. Rompe otra ola. ─¿Qué ha pasado? ¿Por qué no me puedo mover? Yo, a mí, que nadie me gana ni en el rin del gimnasio ni en el de la universidad, por qué no me puedo mover. Nadie puede conmigo en todo Moscú ─musita. Otra ola. Está en la playa, por fin se ha dado cuenta. La arena poco a poco le devuelve el tacto. Nota como los granos se le acomodan a la palma de las manos, a la longitud de los brazos, a los músculos de sus piernas desplomados sobre la tierra. Son algunos de estos granos los que entran y salen de su nariz siguiendo el ritmo de la respiración. ─Me van a ahogar ─piensa. Rompe una ola. Las muñecas intentan hacer palanca para levantarla. No pueden. Les falta el impulso necesario. No a los ojos que ya logran mantenerse abiertos por sí mismos. De momento la arena, el sol, el mar y las olas rompiéndose delante de ella. ¿Dónde está Irina? ─Irina ─pronuncia con un débil hilo de voz. Ahora recuerda. Se quedó con aquella italiana. La bollera que solo quería follarse a su amiga. ─Seguro. Es tan tonta que seguro se ha dejado follar ─piensa─. No le importo una mierda. Ella a mí tampoco, claro. No sé para qué me la he traído de vacaciones. Bueno sí lo sé, para que me acompañe. Es una parásita y una inútil que no ha sido capaz ni de terminar el bachillerato. Para que quiero yo amigas así. Mejor estoy conmigo misma, qué se vaya con la italiana. Otra ola, está casi la alcanza. ─¿Qué más? Vamos, piensa ─se insiste─. Ya me acuerdo, los tres nazis ─sonríe─. Ya puedo decir que me he tirado a tres nazis. Los muy lerdos. ¿Qué se creerán? Desde luego pensarán que me han follado. Presuntuosos. No saben que quien les ha follado he sido yo. Encima les he sacado toda la pasta. Se han gastado toda la pasta en copas y coca ─sonríe─. Ya sé por qué perdieron la guerra, por qué los rusos les fulminamos. Los muy lerdos. El de la sonrisa chirriante el peor. Además de gilipollas olía a cerdo, a granja. El enano no estaba mal. Aprobado por los pelos. Los nazis no saben follar. Otra ola, la espuma le trae la imagen de Karl, Hans y Lukas, los tres primos, corriéndose encima de ella. ─Pero no refrescaban como el mar ─piensa─. Aquí no se está tan mal. Me lo hubiera montado con el ruso también, pero la otra italiana se me adelantó. Así es la vida cierra los ojos voluntariamente─. El muy estúpido se tiró toda la noche haciéndose fotos con ella. Creo que es carnicero. Esta muy bueno el carnicero, aunque a lo mejor luego tampoco hubiera valido la pena, quién sabe, con los tíos nunca se sabe. Se está bien aquí suspira. Las piernas se le mueven por primera vez, se desplazan por la arena separando las barreras invisibles que hasta entonces le impedían el movimiento. Su cuerpo, despacio, comienza a despertar. Igualmente, los brazos, antes exánimes, trazan pequeños arcos con los que crean nuevas hondonadas para las hormigas, o lo que sea eso. ─No se está tan mal aquí ─se repite. Al mismo tiempo observa cómo su cuerpo responde y su ánimo revive. ─No es que no me pueda mover, es que ahora no me da la gana ─se dice con complacencia.

A continuación, dos largas blanquecinas peligrosamente enrojecidas piernas se posan ante ella. Son las de Irina.Dónde te has metido, dónde has estado, he estado buscándote toda la noche, me tenías preocupada, casi llamo a la policía, a los hospitales, que susto me has hecho pasar, gracias a Dios que te he encontrado, esto no se hace, Bianca sigue buscándote, no me ha dejado en un momento, menos mal que estaba ella sino me vuelvo loca ─profiere Irina visiblemente alteradangustiada. ─¿Bianca, la chupacoños italiana? ─le responde Kolenka recuperando las fuerzas. Rompe una ola.

Elromeroenflor

 

 

 

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