Postales de verano 4: Mens sana in corpore sano

 

Series de nueve. Ein, zwei, drei, vier, fünf, sechs, sieben, acht, neun. ─Otra vez. ─Ein, zwei, drei, vier, fünf, sechs, sieben, acht, neun. Karl, Hans y Lukas, los tres primos de la región de Baden-Wurtemberg están haciendo máquinas, pesas, en el flamante gimnasio sito en las dos plantas superiores del Buda Beach. Trescientos setenta y tres metros cuadrados de complejos, retos y credo a su disposición ambientados con música reguetón.

Sudan, no tanto de calor como de esfuerzo. Gritan, no de dolor, sino de esfuerzo. Apestan también de esfuerzo. Sudoración, gritos y vaho hormonal forman el triángulo sagrado que ilumina cada flexión, extensión, abducción,  pronación y supinación que los primos articulan. Música reguetón. Setenta kilos para los bíceps no, más. Ochenta para los pectorales no, más. Cien para la espalda no, más. ─Ponme más ─grita Hans. Ein, zwei, drei, vier. Series de diez. Fünf, sechs, sieben, acht, neun. Series de veinte. Música reguetón. La luz, traspasando las cristaleras, dibuja el aura de sus cuerpos y refleja sobre ellos el cielo azul inmaculado de la Costa del sol que vaga libre hacia ningún final. Ein, zwei, drei, vier. A sus pies quedan la pista de baile, la piscina y las gradas esta mañana tan llenas como ayer. Ellos pueden verlos a todos aunque, mejor aún, todos pueden verlos a ellos. ─¡Hallo! ─saluda Lukas.  Fünf, sechs, sieben, acht, neun. Música reguetón. Están contentos. Es el segundo día, anoche no estuvo mal, un buen inicio de vacaciones que les augura un gran final. ─Ponme más ─pide Hans. Drei, vier, fünf, sechs. Se sienten bien, probablemente tan bien como dejaron a la rusa de ayer en la playa. ─¿Cómo se llamaba? ─pregunta Lukas ─Que más da ─contesta Karl─. Qué más da ─repite arrugando la cara y con la voz atascada por el esfuerzo─. Lo mejor es hacerlas creer que nos engañan, que tienen el poder, que les abrimos nuestras carteras para que, así, ellas, a cambio, se nos abran de piernas. Ya visteis anoche, todas son iguales ─fünf, sechs, sieben, acht, neun─. Ponme más ─pide Lukas.

Con apetito, Hans se baja de la prensa de piernas, quiere comprar unas barritas energéticas en la máquina expendedora de barritas energéticas de la entrada. Hay diferentes opciones: 1) albaricoque, avellanas, chocolate y miel; 2) albaricoque, avellana, huevo y miel; 3) albaricoque, avellana, coco, y miel; 4) albaricoque, avellana, mango y miel. Envoltorio dorado, plateado, verde o rojo metalizado. Cuatro euros cada una. De cara a la máquina expendedora, cuando todavía está decidiendo cuáles tomar, entra Francesca, la italiana de Potenza que vive en Milán y que ha pasado parte de la noche en los baños del Buda Beach con Alexei, el ruso del remoto Novosibirsk. ─¿Rojo o verde metalizado? ─se está preguntando el teutón en el momento que ella pasa por su lado sin que vea su tensa cola de caballo morenalacada, ni sus uñas de gel con cristales incrustados, ni sus gruesosrelucientes labios pintados con el número 587 Rouge Feu de Chanel regalo de su amigo Angelo. Sí se da cuenta, sin embargo, de la intensa fragancia a Eros Pour Femme de Versace que irrumpe en el recinto y que le obliga a dejar la elección de la barrita energética. Así, el alemán se gira y lo primero que encuentra son las nalgas circunvaladas y contenidas en el rosa moteadofluorescente de sus mayas. Después todo lo demás que hace que la polla se le desplace de lugar, que quiera crecer. ─¡Nein! ─exclama para sí. Y la contiene. Ein, zwei, drei, vier. Respira. Música reguetón. Al final de la sala los otros dos alemanes gritan y aprietan los dientes, Francesca los reconoce. Entonces se detiene, saca una ampulosa sonrisa, se tensa aún más la cola y se pasa los dedos índice y pulgar por las comisuras de los labios. ─No estuvo mal el ruso, pero esta noche puede estar mejor ─piensa entretanto. Cuando se dispone a avanzar, Hans se adelanta y le corta el paso. Ciao, ─saluda él en un mal impostado italiano. ─Ciao, ─responde ella en una forzada sorpresa al tiempo que lo mira de arriba abajo con descaro. Conque Hans se vuelve a empalmar, pero esta vez, notoriamente. ─I'm glad to see you too, bunny (yo también me alegro de verte, conejito) ─resuelve la italiana con una carcajada. ¿Your friends? ─pregunta a continuación señalándole a Karl y Lukas. ─Yes ─responde a media sonrisa y contrapposto fingiendo el más mínimo pudor por su notable erección. ─Shall we go? (¿Vamos?) ─le propone a continuación. Música reguetón.

Ein, zwei, drei, vier. Foto. Momentos después están los cuatro colgando de nuevo a la red autorretratos y selfis de sus ensayadas posturas y gestos, en esta ocasión, entre máquinas, mancuernas, barras y discos, y con pies de fotos como “cultiva mente, cuerpo y alma”, “ámate y cuídate”, “el esfuerzo tiene su recompensa”, “desafía a tu cuerpo”, “quien no trabaja no gana”, “la belleza no está dentro, sino fuera, trabaja por ella”  o “mantenerse en forma no entiende de horarios ni calendarios”. Ein, zwei, drei, vier. Los cuatro cuerpos brillan de satisfacción personal y sudor. Foto. Música reguetón. De pronto, suena un chasquido, algo así como el de un menisco roto. Foto. Pero todos sonríen y se esfuerzan sin que nadie lo refiera. Foto. La actividad no desfallece. Fünf, sechs, sieben, acht, neun. Foto. A Hans cada vez se le va poniendo peor cara, pero sonríe. Sonríe, foto. Sonríe, foto. Sonríe, foto hasta que un chasquido aún más grave y ronco que el anterior le tumba en el suelo haciéndole retorcerse de dolor, encasquillarse en un gemido contenido imposible parar. Foto. Música reguetón. 

Elromeroenflor

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