Postales de verano 5: Mentiras

 

 (Hablan en alemán)

─Toma, tío.

─¿Pero esto…? ─pregunta Hans.

─Un regalo de despedida, hermano ─responde sonriente Lukas.

─Pero si nos vamos a ver en una semana, cabrones.

─Para que no la olvides  ─sonríe también Karl.

Karl y Lukas acompañan a Hans que regresa a Alemania después de pasar varios días en el hospital de la Costa del Sol. La rotura de menisco que tuvo en el fastuoso gimnasio del Buda Beach le obliga a volver.

─Pero ábrelo ya.

─Voy, voy… ¡Unas bragas!...

─Unas bragas ¿de?…

─¡No…! ─exclama radiante Hans.

─¡Sí! ─confirma de una carcajada Lukas.

─¡No…! ─repite.

─Sí, hermano, de la enfermera y usadas.  

─Todas para ti ─añade Karl.

─Joder, tío ─dice Hans visiblemente emocionado mientras se las lleva a la nariz─. Vosotros sí que me queréis… Me vais a hacer llorar.

─Llora, que ese culito que tenía la enfermera bien vale unas lágrimas.

─¿Pero cómo las habéis conseguido, hermano?

─Imagínate ─añade Lukas levantando la ceja y mirando a Karl de soslayo.

─¡Venga ya! ─vuelve a exclamar Hans─. ¿Pero cuándo?

─Joder, ¿cuándo preguntas? Pero si te has pasado el día durmiendo.

─Eres el puto amo, hermano ─llevándose de nuevo las bragas a la nariz─ ¿Y?

─¡Uuuf! Superior ─presume Karl. 

─Joder, eres un crack… ¿Por qué no me despertasteis?

Karl sacude las caderas recreando un cliché sexual cuando aparece el asistente PMR (Personas con Movilidad Reducida) con gorra y camiseta amarillo chillón. Trae una silla de ruedas con él.

─¿Hans Müller? ─pregunta.

Yes, I am.

I am Antonio, your assistant. Wellcome to the Aiport Costa del Sol. Come with me. Sit here, please. Hans suelta las muletas, se sienta y Antonio le lleva hasta el detector de metales. Karl y Lukas van al lado de su primo. 

 

Mientras tanto, a varios kilómetros de allí, Alexei y Francesca toman el sol tumbados en unas hamacas del Buda Beach. Acaban de pedirle al camarero un Mojito y una Caipiriña. Invita Francesca.

(Hablan en inglés arusado e italianizado mientras suena de fondo música bachata)

Mamma mia! Que cara está España. Yo pensaba que era más barata. Aquí se pagan los cócteles al precio de Italia.

Baby, hay que vivir el momento. Sol, playa, fiesta y chicos guapos ─haciendo referencia a sí mismo con una sonrisa colgada a las gafas de sol.

Of course ─y le pasa la mano extendida por el torso dejando ver sus enrocados anillos y uñas de gelatina afiladas. ─Eres como il Discobolo de Michelangelo1, ¿sabes amore mio?

─¿Mojito? ─canturrea bajo su mascarilla el camarero que acaba de llegar.

For me ─responde Alexei con una sonrisa.

─Entonces la Caipiriña para la señorita. Aquí tiene. Do you want something else?

No, thanks. It’s all ─responde Francesca con cierto tono de suficiencia.

Ok, very well. ─Y dándose media vuelta, se va con la bandeja bajo el brazo y canturreando la misma canción.

─¿Por qué los españoles hablan tan mal inglés? ─comenta Francesca─. Y encima con esa mascarilla. No lo soporto. Son peores que los italianos. Mamma mia.

─En Rusia, todo el mundo habla inglés. Todo el mundo. Porque somos inteligentes y sabemos que, aunque los americanos son idiotas, los ingleses no. Rusos e ingleses amigos. Siempre amigos.

─Ah, vaya ─añade Francesca sonrojada─. ¡Salud! ─dice─. Pedazo de palurdo ─piensa. Brindan y los dos sorben con energía. Él porque no sabe hacerlo de otro modo, ella para que no se la note el bochorno.

 

Hans ya ha atravesado el arco de seguridad del aeropuerto. Lleva las bragas de la enfermera del hospital del la Costa del sol arrebujadas en el puño, hace unos instantes que se ha despedido de sus primos.

(En alemán)

─Hasta la semana que viene. Portaos bien y no me defraudéis. Que no quede coñito vivo en toda la costa ─les ha advertido a voces desde el otro lado del detector de metales.

 

(En inglés arusado e italianizado mientras sigue sonando de fondo música bachata)

─¿Y entonces quién es ese tal Miguel… Michelangelo? ─pregunta Alexei parodiando el acento italiano.

─¿No sabes quién es Michelangelo?

─No.

─¡Mamma mia! ¿En serio que no?

─No. ¿Tengo que saberlo?

─Claro que sí, il mio cuore. Tienes la obligación. Michelangelo es el artista más grande de todos los tiempos, de todos los mundos… ¿No conoces tampoco la Capilla Sixtina del Vaticano?

─Sí, claro que la conozco, por supuesto ─miente el ruso.

─Menos mal. Michelangelo es quien la pintó.

─Ah ese tío. Haber empezado por ahí, baby.

─Era guapísimo, ¿sabes? Mamma mia, guapísimo de verdad. Un verdadero italiano. Alto, fuerte, con el pelo y las manos fuertes… Por eso sus pinturas y esculturas eran así. Representan la belleza de Italia, al hombre y a la mujer italiana... Como Charlton Heston... Como el Discóbolo.

─Ah...

─Sí, sí. En Italia es imposible no conocer la obra de Michelangelo, ¿sabes?

─Tu amiga ─la frena Alexei.

─¿Cómo?

─Tu amiga Bianca ─reitera señalándole más allá de las hamacas─. Allí.

Mala pecora. No quiero ver a esa mala puta ─protesta girándose y dando la espalda. 

Ciao ─saluda Bianca desde lejos.

Ciao ─responde cortésmente Alexei.

(Hablan en italiano mientras sigue sonando de fondo música bachata)

─Ay, menos mal que te encuentro ─respira aliviada Bianca.

─¿Y tu chochito, dónde te lo has dejado? ¿Ya os habéis peleado? ─Biliosa, le da otro sorbo a su Caipiriña mirando fríamente a su amiga tras las gafas de sol. Los celos la carcomen. No tolera que Bianca se haya liado con Irina y la haya sustituido, relegado a un segundo plano─. Con todo lo que he hecho por esta mala puta ─se dice.

─De eso quería hablarte. Llevo dos días buscándola y no la encuentro por ninguna parte.

─Se habrá cansado de ti, mia cara. Eso no es difícil.

─¿A qué viene eso?

─Pues ya ves…

─Joder, Francesca, te estoy diciendo que Irina ha desaparecido. Le he puesto cientos de WhatsApp y ya ni siquiera los recibe.

─¿Y qué quieres que yo le haga?

─Que me ayudes a buscarla, tía.

─¿Yo?

─Somos amigas, ¿no?

─¿Ahora somos amigas?

─Vete en ayuda de la otra rusa, seguro que puede hacer más que yo.

─Sasha2 no sabe nada, o eso dice. Ya le he preguntado.

─Fíjate en lo amiga que eres, que ya te has ido primero a preguntarle a ella.

─Francesca, tía, que han venido juntas… Have you seen Irina pregunta a Alexei.

 ─Me? I do not know. Why? 

 ─Sasha dice que en ella es normal, que esto es muy típico de Irina, desaparecer así sin más, sin avisar ─añade Bianca de nuevo en italiano.

─Ves, pues ya está. ¿Qué más quieres?

─No la creo.

─Ay carina mia, que difícil es aceptar que a una no le salgan las cosas como quiere, ¿verdad?

─Sasha sabe dónde está, estoy segura.

 

Sasha está haciendo footing por una pasarela conocida como Senda del Litoral, aunque este dato es absolutamente irrelevante para ella. De madera, la estrecha pista discurre varios kilómetros a lo largo de toda la línea costera, lo que le da la oportunidad a la rusa de complementar su estricta tabla deportiva coreada por el mar y las gaviotas. Sin embargo, no es fácil recorrerla, siempre está muy concurrida, invadida de una surtida y pintoresca muestra de locales y turistas que pasean entregando sus rostros y torsos al sol. Esquiva gentes y perros, patinetas y corredores, grupos vocingleros, solitarios lectores y niños vestidos de comunión. Una auténtica yincana. A pesar del calor, la regla aquí es llevar puesta la mascarilla de protección buconasal, en su mayoría con la bandera de España. ─Que obsesión ─piensa─, como si no supieran donde están.

Ya lleva siete kilómetros recorridos y no imagina que Bianca, por esto que llamamos coincidencias, aunque no lo sean, está hablando de ella al mismo tiempo que ella se está acordándose de Bianca, de lo nerviosa que se puso al preguntarle por Irina, al jurarle por el Papa Francisco que más tarde o más temprano la encontraría. ─El Papa Francisco ─piensa─, ese renegado. ¡Puagh!

 

Karl y Lukas, los dos primos, ya regresan en el Seat Ibiza de alquiler a la playa del Buda Beach. Van por la autovía y dejan una estela musical en la carretera con los temas del último Ibiza Sommer Party. 

(En alemán)

─¿Se lo habrá creído? ─pregunta Lukas haciéndose un cigarro de marihuana.

─Seguro, no ves la cara de tonto que se le ha puesto.

Ambos ríen con estridencias.

 

(1) La escultura de El Discóbolo no pertenece a la obra de Miguel Ángel sino a la de Mirón. Se esculpió alrededor del año 450 a.c. en Grecia. Es un error propio del personaje de Francesca.

(2) Nota para los que seguís esta historia: Kolenka ha pasado a llamarse Sasha. La razón es bien sencilla, Kolenka no es nombre de mujer sino de hombre. Es lo que tiene la baja fiabilidad de Internet.

 

Elromeroenflor

 

 

 

Comentarios