Postales de verano 7: Dame almas y llévate lo demás

 

Francesca y Bianca salen del agua. La rompiente las abate, la cincha de piedras que asienta la superficie de la orilla les encarniza los pies. Con el equilibrio de los bikinis perdido, se sujetan la una a la otra mientras se ocultan con la mano el pezón. Trastabillan. Ríen con jubiloso pudor. Karl y Lukas también. Aquí siguen los dos primos sentados sobre la arena tal como los dejamos en el capítulo anterior, con una sonrisa cannábica columpiándose de sus gafas oscuras de sol. La radiación está tan alta como su humor.

Y dan las 14:00 h. 

Entonces, de pronto, la música tecno estalla y arrasa cualquier intención de descanso. Bum. Lo invade todo hasta más allá de las piraguas que motean el lejano y ex pacífico horizonte. Bum, bum. Como cada día a la misma hora, la fiesta en el Buda Beach acaba de empezar. Bum, bum, bum. Los graves se tragan los latidos del corazón. Bum, bum, bum. Vibra el mar. Bum, bum, bum. Vuelan prestas las cotorras. Bum, bum, bum. Los zombis se acercan. Bum, bum, bum. Se consagra la fiesta. Bum, bum, bum. Ritual de Instagram. Bum, bum, bum. El consuelo de los muertos.

Y dan las 14:15. Bum, bum, bum. 

Los baños del Buda Beach ya están llenos de nuevo. Franchesca, Bianca y los dos primos también hacen cola. Hoy casi logran ser los primeros. Por poco.

Amo il Buda Beach! ─vocifera efusiva Francesca.

What? ─pregunta Karl.

Oh, sorry ─se disculpa en un sobreactuado inglés italianizado─. I love the Buda Beach!

Me too ─añade con su luminosa sonrisa el alemán.

Me too ─repite Bianca levantando dos dedos en forma de V de victoria.

Me too ─la sigue Francesca imitándola y dando pie a un intenso abrazo entre las dos amigas que, además, saltan y gritan más efusivamente, incluso, que en el I love the Buda Beach de antes.

Y dan las 14:25. Bum, bum, bum. 

Todavía no se han metido nada, pero ya les queda poco. Delante solo siete personas distribuidas en tres grupos.

─Tardan poco ─arenga alguien en inglés─. Mañana seremos los primeros.

─¿Mañana?

Bailan en fila con el ritmo cardiaco engullido mientras que la inercia balancea violentamente los colgantes-bala-almacén-de-coca que penden de sus cuellos. Los han comprado en un bazar chino. Dos por un euro. Nada, regalado. Una ganga. La coca del relleno no, esta viene del clamoroso mercado negro costasoleño y no les ha salido en absoluto barata. Pese a su alto precio, es de exigua calidad. De todos modos, ellos esto no lo notarán. No lo harán porque no saben diferenciar un buen queroseno, ácido sulfúrico o dicromato de potasio del que no lo es; una buena gasolina de la que no lo es. No saben diferenciar, en definitiva, ninguno de los ingrediente de la coca.

─No hay catadores de gasolina, querido, porque la gasolina no se ingiere ─le explicó un día Karl a su hermano pequeño mientras etiquetaban las orejas de los terneros.

Porque para los cuatro la coca solo son verdes hojas recolectadas por callosas manos andinas y su atributo de calidad estriba en las horas de euforia, lucidez, conversación y vigilia a los que las rayas que se metan les aboque. Nada más.

─La de ayer era buenísima ─le comentó en una ocasión Bianca a Francesca mientras se preparaban una raya─. Estuve toda la noche hablando. No pude parar per un attimo. Meravigliosa!

─Imagina, Alter (tío) ─les comentó en una ocasión Hans a sus primos mientras se preparaban una raya─. Es genial. Somos como una ONG. Cada vez que compramos merca estamos contribuyendo a que el mundo vaya mejor, ayudando a las pobres familias campesinas de los Andes a que vivan dignamente. Con nuestro dinero ellos pueden salir adelante, escolarizar a sus hijos… Joder, es que encima viven a nuestra costa, Mann. ¿Alemania sostiene el mundo o no? Cada vez que nos metemos un tiro les estamos dando un puto donativo, una cuota, la misma que pagan mensualmente mis padres para mantener al niño ese adoptado, el de la foto que tienen en la repisa del salón... ¿Sabéis cuál os digo, no?

Aunque en el fondo, los cuatro tampoco son tan ingenuos. Han escuchado por ahí que las tiernas y finas hojas verdes andinas pueden ser adulteradas con antiparasitarios o anestésicos bucales. Por ejemplo, Levamisol o Benzocaína.

Sí, pero solo eso.  En comparación con otras mierdas, nada ─defendió Francesca cuando se enteró─. Peor es la heroína, ¿no? Por eso está bien que la paguemos cara, para asegurarnos su pureza. El dinero es salud… Y al revés también.

Y dan las 14:40 h. Bum, bum, bum. 

Por fin los cuatro amigos salen del baño satisfechos, acelerados, generosos, en paz con la vida y, sobre todo, puestos de coca e iluminados. Se frotan la nariz y se pasan la lengua con frenesí por todo el tejido gingival. No pueden parar. A continuación, como cada día, piscina, fotos, copas, chupitos, abrazos, chismes y trasiego a los baños del Buda Beach durante toda la tarde.

Y dan las 18:30 h. Bum, bum, bum. 

El sol ya enpieza a insinuar la noche cuando entra la policía municipal. Algún iluso la ha llamado. Son dos agentes uniformados hasta los dientes que se acercan a la barra. Allí saludan a los camareros, charlan afablemente un rato con el encargado y tal como han venido se van. «El Buda Beach no se toca», les han ordenado.

─Adiós, amigos ─se burla Karl en español. Él y su primo están en la barra y, como cada tarde, lo han presenciado todo.

(En alemán)

Scheiße, Mann. Como me pone esa italiana ─sigue diciendo Lukas sin dejar de mirar fijamente a Francesca que toman el sol en las gradas.

─Pues tíratela, joder. ¿Tienes miedo del ruso, o qué?

─¿Pero qué dices? Si esta se abre de piernas a cualquiera. El ruso le importa una mierda. Solo quiere que alguien se la folle.

─Como todas las que están aquí.

Thirty-two euros ─interrumpe el camarero al servirles los cócteles.

Thirty-five, please ─responde Karl al pagar─. Y si se pone tonta, pues lo arreglamos con un par de gotas ─añade dándose unos toquecitos con la palma de la mano en el bolsillo oculto del bañador.

─¡Mann! ¡La has cogido! Eres el mejor, por eso te quiero ─y le estampa tal beso en la frente que casi lo empalma.

─¡Quita! ─le empuja─. Sabes que te digo, que mejor no esperamos. Esta va siempre de estrecha. Lo arreglamos desde ya. Vamos a divertirnos.

Y dan las 18:45 h. Bum, bum, bum. 

Karl y Lukas ya está en las gradas junto a Bianca y Francesca que esperaban sus copas reclinadas con esa majestuosidad-ensayada-de-horas que tan bien les queda. En todo este tiempo no han parado de parlotear, de diseccionar a todos los que caían atrapados en la urdimbre de sus ojos. No se han perdido detalle de nada salvo del discreto movimiento de Karl. «Con tres gotas es suficiente», le indicó el distribuidor de burundanga.

─Unas, dos y tres ─cuenta Karl─. Tres es muy poco ─medita─. Un poquito más, esta necesita un poquito más… Cuatro, cinco, seis…

Bum, bum, bum.

Cheers! ─brindan contentos los cuatro. Karl y Bianca van a los baños. Este la quiere invitar a otra raya. ─Che carino ─piensa ella maternal.

Ya a solas con Francesca, Lukas le propone salir a la playa, pero esta como preveían se niega. Parpadeando y sorbiendo de la pajita verde fluorescente de su Daiquiri le deja claro en inglés y con desparpajo que alguien como él no tiene nada que hacer con alguien como ella puesto que ella espera mucho más de un tío de lo que él nunca le podrá dar. Que, de todos modos, Alexei la tiene muy satisfecha. Que sí, que es verdad que es un poco rudo, pero que lo compensa con otros encantos que mejor no le revela. Que, además, no le gustan las vacas y que él, Lukas, huele a vaca, a ganado, aun a veinte metros de distancia.

─Aha ─asiente Lukas que, sin inmutarse, espera.

─Una vez estuve en una granja, ¿sabes? ─continúa hablando Francesca─ Bueno granja lo que se dice granja no era, sino un sitio de esos donde un montón de máquinas ordeñan a un montón de vacas. ¡Qué asco! ¿Qué coño haría yo allí?

─¿Vamos fuera? ─vuelve a proponerle Lukas.

─Sí ─obedece ahora dócil Francesca─, vamos.

Y dan las 19:05 h. Bum, bum, bum.

De camino a la puerta de salida del Buda Beach, la chica, tal como le ha pasado al mediodía en la orilla del mar, trastabilla y pierde el equilibrio. El alemán la apuntala por debajo del brazo y nadie nota nada, nadie nota que le han robado el alma. Ya casi están fuera. Francesca apenas puede caminar y su acompañante la sujeta con fuerza. Suda, pero su gesto risueño amortigua cualquier sospecha. Dos pasos y llegan. Un paso. Ya están. Salen y… Y se topan de frente con Alexei y Sasha que justo entran. Entonces Francesca se desploma. Cae a sus pies, boca abajo y sin conocimiento.

 

Elromeroenflor

 



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